Secreto, magia y parques son tres conceptos que encandilan a los niños. Madrid, pese a su asfalto y su trajín, está repleta de zonas verdes donde refugiarnos de la hostilidad de la ciudad y que, además de aportarnos aire fresco, nos transportan a otras épocas en las que casi todo puede pasar. Además de El Retiro o la Casa de Campo, Madrid posee otros muchos pulmoncitos encantadores y escondidos que merece la pena visitar junto a los más pequeños de la casa.
EL CAMPO DEL MORO, palaciego y oculto
Declarado de interés histórico artístico en 1931, el Campo del Moro (Paseo Virgen del Puerto, s/n <M> Príncipe Pío) es un amplio parque situado a los pies del Palacio Real en el que a veces se ven más pavos reales que personas. Su único y poco monumental acceso, hace que su entrada no esté muy al paso de transeúntes, lo que lo mantiene bastante secreto, pese a sus impresionantes y altísimos árboles. A excepción de la zona ajardinada de entrada, que ofrece una de las mejores vistas del Palacio de Sabatini de todo Madrid, el resto del parque tiene un estilo romántico inglés decimonónico, en el que la naturaleza crece imparable y los pequeños caminos se mantienen todo el año a la sombra, a causa de la frondosidad de los árboles. En el Campo del Moro de repente aparecen fuentes de piedra, casetas mágicas, plazoletas con un único banco, construcciones de piedra… Además de los pequeños y muy mágicos detalles que esconden, el parque cuenta con dos fuentes neoclásicas: la de los Tritones y la del Palacio de las Conchas. Un lugar realmente especial en el que esconderse de la ciudad.
EL CAPRICHO, el antojo de la duquesa
Posiblemente uno de los parques más bellos de todo Madrid, –abierto al público sólo sábados, domingos y festivos– El parque del Capricho (Paseo de Alameda de Osuna, 25 <M> El Capricho) lo mandó construir la Duquesa de Osuna en 1787 y en él se mezclan referencias francesas, inglesas e italianas. Si bien dentro del parque no dejan ni comer ni jugar a la pelota, lo realmente encantador de este espacio es dar un paseo y observarlo como si de un precioso museo de la naturaleza y la Ilustración se tratase. Además de plantas y flores –en especial lilas, las favoritas de la Duquesa– el parque contiene templetes, ermitas, fuentes, plazoletas, estanques y el palacio de los duques, donde se llevaban a cabo las fiestas que ella organizaba y que próximamente se convertirá en un museo dedicado a la duquesa de Osuna y a la época de la Ilustración. Además, el parque de El Capricho esconde un refugio antiaéreo subterráneo construido durante la Guerra Civil y que alojó el Cuartel General del Ejército Republicano del Centro. Este búnker es único en Europa debido a su estado actual de conservación; está construido a 15 metros bajo tierra y en sus 2.000 metros cuadrados se disponen siete dependencias rectangulares. Desde mayo de 2016 está abierto al público únicamente a través de visitas guiadas de media hora los sábados y domingos por la mañana.
LOS MOLINOS, un trocito del Mediterráneo en Madrid
Los Molinos (Alcalá, 541 <M> Suanzes) fue un regalo que, en 1920, el Conde De Torres Arias le hizo a su amigo, el arquitecto e ingeniero alcoyano César Cort Botí, quien no dudó ni un instante en convertir su finca madrileña en un gigantesco huerto alicantino. Así, llenó sus tierras de árboles frutales, entre los que destacan los más de 6.000 almendros, que hacen que acudir a este floreado jardín en los meses de febrero y marzo sea uno de los mejores planes para disfrutar con niños en la primavera madrileña. Para que todo aquello fuera posible, Botí dotó el parque de un gran sistema hidráulico con albercas, balsas, extraordinarias e imaginativas fuentes, que cumplen tanto una función de regadío como decorativa, un lago inspirado en los jardines ingleses y los dos molinos de viento al estilo western que le dan nombre al parque. Además, se construyó un palacete y poco después otra casita, que llamó La Casa del Reloj y que hoy funciona como escuela de jardinería. Los Molinos está lleno de rincones y construcciones mágicas que lo convierten en el escenario perfecto para las aventuras infantiles.
EL CERRO DEL TÍO PÍO, o las ‘siete tetas’ vallecanas
En su origen, el cerro del Tío Pío, –popularmente conocido como Las Siete Tetas, debido a sus siete colinas– era una escombrera, ahora sepultada y reconvertida en uno de los parques con las mejores vistas del atardecer de la ciudad. Además de la amplia superficie de praderas, caminos y diferentes alturas, el cerro del Tío Pio (Benjamín Palencia, 2 <M> Nueva Numancia) tiene zonas deportivas, infantiles y hasta una terraza mirador perfecta para pasar una tarde noche de verano. En estos cerros de Vallecas, además de poder correr y tirarse en la hierba, los niños tendrán ocasión de descubrir una perspectiva muy interesante de Madrid, desde sus famosas ‘tetas’ podrán observar las cuatro torres, el Pirulí, ubicar barrios, encontrar la Torre Picasso y hasta el Cerro de los Ángeles y el Sistema Central. Diversión y geografía en un mismo parque.
EL OLIVAR DE CASTILLEJO, retiro intelectual
Aunque parezca mentira, a escasos metros del Paseo de la Castellana, existe una hectárea en la que conviven más de cien olivos centenarios, junto a jaras, retamas y romeros. Cuando, en 1917, el jurista y pedagogo José Castillejo Duarte, discípulo de la Institución Libre de Enseñanza, compró el olivar, éste pertenecía al pueblo de Chamartín de la Rosa, entonces las afueras de Madrid. Castillejo animó a varios amigos suyos intelectuales –entre los que figuraban Dámaso Alonso o Ramón Menéndez Pidal– a retirarse a vivir en esa idílica zona para que todos juntos disfrutaran de las virtudes del campo. De esta manera, además de árboles, el parque aún conserva algunas de las viviendas que se construyó este grupo de amigos, declaradas de interés por el colegio de Arquitectos. Con la Guerra Civil y el exilio masivo de intelectuales, el lugar quedó desierto. Hasta que en 1985, los cuatro hijos de José Castillejo e Irene Claremont –escritora y analista junguiana–, regresaron del exilio y formaron la Fundación Olivar de Castillejo (Menéndez Pidal, 3 <M> Colombia/Cuzco), con el propósito de conservar la riqueza natural de este mágico lugar y volver a convertirlo en un punto de encuentro cultural. Precio por el acceso al recinto: 8€.
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